25/01/2010
Fuente: Revista Atrévete N°66
Llevan más de 8 años desarrollando una serie de talleres para personas con discapacidad intelectual leve o moderada. En este tiempo han logrado consolidar servicios en lavandería, y elaboración y comercialización de merengues, además de la atención de un Kiosco al interior del Colegio Enrique Alvear de la comuna de Cerro Navia.
Es la Fundación Cerro Navia Joven, entidad creada en 1993 desde las Comunidades Eclesiales de Base del sector poniente de la ciudad de Santiago con el fin de dar respuesta a las múltiples necesidades de los niños, jóvenes y adultos del sector, constituyéndose, desde su inicio, como una expresión más de la solidaridad que la Iglesia Católica tiene con las personas de más escaso recurso. La Fundación, dirigida por Niniza Krstulovic Matte resultó beneficiada con un proyecto FONADIS, que junto con dar continuidad a lo realizado anteriormente, persigue aumentar la competitividad de los talleres laborales porque el mercado así lo exige. “La idea es capacitar a las personas en el mismo taller y brindarles todo el apoyo de manera de eliminar tiempos libres y ser más eficaces”, dice la directora Niniza Krstulovic y cuenta que el complemento del proyecto es la adquisición de mejores equipos para los talleres. Los beneficiarios directos del proyecto son 8 mujeres y 12 hombres jóvenes y adultos con discapacidad intelectual leve y moderada, entre los 24 y los 54 años, de la comuna de Cerro Navia, Pudahuel y Lo Prado.
En total, el área de discapacidad de la Fundación atiende a 75 personas en tres grandes programas: discapacidad severa, leve y moderada y otro para leve y moderada pero en la modalidad de talleres protegidos. Pero Cerro Navia Joven no limita su acción a la discapacidad intelectual. A estos se suma el trabajo con niños y jóvenes en riesgo social, adultos mayores, madres adolescentes, personas con esquizofrenia y jóvenes infractores de ley. La encargada del Área de Discapacidad, María Elena Urquizar, señala que “no es casual ver todas estas actividades conviviendo en un mismo centro comunitario. Creemos en la integración y así como en el colegio, las personas que atienden el kiosco se integran al mundo escolar; acá interactúan con otros tal como debe ser la vida en comunidad. En el fondo, la idea es la integración social de verdad y eso, para nosotros, no es menor”.
Y el esfuerzo es valorado por la comunidad. Al comienzo los vecinos se quejaban: ‘Están trayendo todos los discapacitados mentales de la comuna a un centro’, decían. “Hoy es totalmente distinto. Se valora a los chiquillos y hay cariño por ellos porque han demostrado el bien que hacen. Nuestra apuesta fue a que podían convivir, y la verdad es que hoy nadie duda del beneficio mutuo que se produce entre los niños y las personas con discapacidad mental”, señala Krstulovic.
Competencia
El taller de merengues luce impecable, así también quienes laboran ahí. Y pese a que cuentan con resolución sanitaria y está todo en orden, hoy en Chile a los productos hechos por personas con discapacidad intelectual les cuesta ingresar al mercado. Y como “el desafío era instalarse en el mercado por la calidad, más que por la caridad”, como dice la directora, los merengues “Don Copo” compiten de igual a igual en supermercados Unimarc, Santa Isabel y Monserrat, también en algunas pastelerías. Mientras, la lavandería tiene como clientes a los Ministerios de Obras Públicas y de Vivienda, y la empresa CAT. “Faltan clientes para que el taller se equilibre, y yo diría que la falta tiene que ver con abrir más las puertas al mundo de la discapacidad”, finaliza Urquizar.
Ropa limpia, merengues e inserción laboral
La encargada administrativa de los talleres, y responsable directa del taller de lavandería, Blanca Vivanco, narra el proceso que viven las personas que atiende la Fundación, quienes pasan primero por El Trébol donde en un período no menor a un año, se les enseña amasandería y madera; se les evalúan sus condiciones de salud e higiene, y su respuesta a instrucciones. “Cuando esa persona responde positivamente, se inserta en alguno de los dos talleres”, señala.
Quienes no superan las pruebas se mantienen en El Trébol, y aquellos con mayores problemas de lenguaje o físico, y que por lo general son mayores, están en el centro comunitario de Pudahuel. “A ellos se les enseña a hacer aseo, hacen gimnasia, folklore, talleres de mosaico y jardinería”, detalla Vivanco.
Blanca destaca a uno de los chicos como un verdadero “maestro pastelero” el que, pese a que necesita supervisión, “nuestro sueño es que salga a trabajar al mundo real. Ha costado insertarlos porque es difícil que las empresas se atrevan. Hemos logrado dejar trabajando a dos personas en Deloite, la que ha tenido una respuesta de excepción”.
Los del Kiosco
“De primera se me hizo un poquito difícil porque yo no había trabajado con jóvenes discapacitados, pero he ido a cursos y trato de instruirme y los chiquillos son súper adaptables y buenos. Trabajar aquí los hace sentirse en familia”, cuenta la señora Luisa quien está a cargo de los jóvenes que atienden el kiosco en el patio del Colegio Enrique Alvear de Cerro Navia.
“A mí me encanta, me fascina el negocio, porque yo tenía negocio en mi casa y tuve que cerrarlo”, dice Previsto Núñez, quien cuenta que cuando le ofrecieron participar en los talleres “estaba escondido en mi pieza, pero después calladito llegué a la Fundación. Trabajé primero en la lavandería como un año”, cuenta quien es el orgulloso maestro sanguchero del Kiosco.
Para la directora del Colegio, Claudia Álvarez, “ellos son parte del colegio. A veces a los estudiantes les cuesta aceptar que se van a demorar más en atenderlos, porque nuestros estudiantes son niños impacientes e impulsivos. La idea es que eso no ocurra y que se respete la diversidad. Y la verdad es que los integran, en la tarde los invitan a jugar básquetbol y fútbol”.